En el contexto de una agonía que parece interminable, la caída de las ventas asociadas del CD tiene una honrosa excepción: los shows en vivo, más aún en los circuitos habitados por artistas independientes. En medio de un repliegue generalizado de los grandes sellos, y con internet como plataforma universal de difusión, muchos han tomado las riendas y se han convertido (por elección o por necesidad) en sus propios editores discográficos.
PRIMER PLANO. Con el CD en baja, las disquerías deben reinventarse para sobrevivir
Con más acceso a posibilidades de grabación y más artistas intentando hacerse un lugar entre el ruido, la cantidad de discos fabricados se ha vuelto inconmensurable. ¿Adónde van? Entre canjes con otros músicos o como tarjeta de presentación, muchos terminan en forma de posavasos, o relegados en algún estante. Sin embargo, el CD sigue funcionando como objeto de merchandising afín a aquellos seguidores que, después de un recital, eligen contribuir a la economía del artista sin pensar en cuántas veces vayan a reproducir ese objeto.
Cuando alguien compra un disco en un recital, no es la música la que se vende ni la fidelidad del audio. En términos simbólicos, la fabricación de un CD representa la consecución de un esfuerzo económico y logístico, un proceso arduo que se traduce materialmente en un pedazo de plástico o cartón y en un librillo de calidades variable. Ese es el valor que más seduce al comprador.
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